Cuatro años estudió a nuestro lado, cuatro años lo conocimos. Una noche, una llamada lo cambió todo, todo este tiempo había estado infectado con el virus del Sida. Pocos lo sabían, nadie decía nada; por miedo al rechazo él jamás se lo había dicho a ninguno de nosotros. El sonido del teléfono y una voz al borde de las lágrimas cambiaron todo lo que sabía acerca de él. Decidimos ir a visitarlo.
Delgado, con la mirada perdida eran sus ojos quienes contaban su historia: tristes, cansados, sin rumbo. En su cabeza una infección comenzaba a esparcirse, comenzaba a sufrir alucinaciones, por las noches los ruidos y el miedo no lo dejaban dormir, llevaba cinco días en vela.
Sus manos, en momentos temblorosas lo avejentaban muchísimo. La impresión más grande fue verlo erosionado física y mentalmente, una réplica en miniatura de lo que alguna vez fue. Quedamos de visitarlo al menos una vez al mes, llamarlo de vez en cuando para bromear y platicar. Sabíamos que no podíamos hacer mucho, sólo hacerlo olvidarse del presente por unos segundos y recordar.
Es curioso como el mundo puede mostrarnos en un segundo lo frágiles que somos. Como nuestro cuerpo y nuestra mente no es más que una hebra de hilo capaz de romperse en cualquier segundo. Y así, sin más nos desvanecemos en la nada; sin más que los recuerdos para atestiguar que en algún momento estuvimos aquí.
lunes, abril 11, 2005
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1 comentario:
es impactante cuando ves a una persona tan degradada, despues de tanto tiempo de verla sana y sonriente, y luego saber que sus dias ya tienen un fin contado.
Así me ha pasado al ver a mi sobrino con cancer.
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